domingo, 5 de diciembre de 2010

LA ESCRITURA EMBRUJADA

UNA ENTRADA BASTANTE INTERESANTE PARA TODOS
Las literaturas latinoamericanas, eran así, una secta rígida donde el perdón era difícil de conseguir. ¿Cómo hacer callar a los epígonos? (Para escapar a veces es preciso cambiar de lengua). Tengo la impresión de que en los últimos veinte años, desde mediados de los setenta hasta principios de los noventa y por supuesto durante la nefasta década de los ochenta, este deseo es algo presente en algunos Eescritores latinoamericanos y que expresa básicamente no una ambición literaria sino un estado espiritual de camino clausurado. Hemos llegado al final del camino (en calidad de lectores, y esto es necesario recalcarlo) y ante nosotros (en calidad de escritores) se abre un abismo.

No me siento heredero del boom de ninguna manera. Aunque me estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más mínima limosna del boom, aunque hay escritores muy buenos, que releo a menudo, como Cortázar o Bioy. El boom, al principio, como suele suceder en casi todo, fue muy bueno, muy estimulante, pero la herencia del boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los herederos oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis Sepúlveda y algún otro. A mí García Márquez cada día me resulta más semejante a Santos Chocano o en el mejor de los casos a Lugones. ¿Y quiénes son los herederos oficiales de Fuentes? ¿Y de Vargas Llosa?

Los escritores del crack vuelven a asumir riesgos. No escriben fácil, no hacen la literatura epigonal, que era lo que se llevaba hasta ahora. Durante veinte años, desde finales del 70 hasta principios del 90, la literatura que se hacía era como el bagazo del realismo mágico. Nunca nada original. Nunca nada que asumiera riesgos. La década del 80, que fue nefasta para Latinoamérica, creó una tipología que no sólo se expandió en el ámbito literario, sino básicamente en el ámbito profesional, cuyo lema era ganar dinero, tener éxito, todo con un rechazo absoluto al fracaso y un acriticismo por encima de todo. Y los escritores adoptaron más o menos ese modelo como propio. Entonces aparecen escritores en los que no hay nada. O son malos copistas del realismo mágico, como la mexicana Laura Esquivel, o son pésimos escritores entre comillas juveniles, como Alberto Fuguet, o son escritores que toman temas históricos de una forma nefasta. Hay una escritura muy mala en Latinoamérica, una escritura que por un lado abusa del tipismo, del folclorismo, y que se intenta vender al extranjero como mercadería exótica.


2. Todo lo que empieza como escritura acaba como exilio

La patria de un escritor es su lengua. Por eso maldecimos la mala hora que decidimos ser escritores….pues este es un oficio solitario. Para el escritor su única patria es su biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria

Toda literatura lleva en sí el exilio, lo mismo da que el escritor haya tenido que largarse a los veinte años o que nunca se haya movido de su casa. Existe el inmigrante, el nómade, el viajero, el sonámbulo, pero no el exiliado, puesto que todos los escritores, por el solo hecho de asomarse a la literatura lo son, y todos los lectores, ante el solo hecho de abrir un libro, también lo son.

Muchas pueden ser las patrias, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es la calidad de la escritura.

En el mejor de los casos el exilio es una opción literaria. Similar a la opción de la escritura. Nadie te obliga a escribir. El escritor entra voluntariamente a ese laberinto, por múltiples razones, claro esta, pero no entra forzado, en última instancia entra tan forzado como un político en la política o como un abogado en el colegio de abogados.

3. Todo lo que empieza como escritura acaba indefectiblemente con influencia de Borges.

Cuando Borges se muere…se acaba, sobre todo, el reino del equilibrio. La inteligencia apolínea deja su lugar a la desesperación dionisiaca. El sueño, un sueño muchas veces hipócrita, falso, acomodaticio, cobarde, se convierte en pesadilla, una pesadilla muchas veces honesta, leal, valiente, que actúa sin red de protección, pero pesadilla al fin al cabo, y, lo que es peor, literariamente pesadillesca, literariamente suicida, literariamente callejón sin salida. En este sentido me puedo afirmar que soy una rata apolínea.

Un clásico, en su acepción más generalizada, es aquel escritor o aquel texto que no sólo contiene múltiples lecturas, sino que se adentra por territorios hasta entonces desconocidos y que de alguna manera enriquece (es decir, alumbra) el árbol de la literatura y allana el camino para los que vendrán después. Clásico es aquel que sabe interpretar y saber reordenar el canon. Normalmente su lectura, según los bobitos, no es considerada urgente. También hay otros clásicos cuya principal virtud, cuya elegancia y vigencia, está simbolizada por la bomba de relojería, una bomba que no sólo recorre peligrosamente su tiempo sino que es capaz de proyectarse hacia el futuro.

Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad. Creo que mi novela tiene casi tantas lecturas como voces hay en ella. Se puede leer como una agonía. También se puede leer como un juego.
Jorge Luis Borges es el centro del canon de Latinoamérica.

4. Todo lo que empieza como escritura acaba como abismo.


Escribir es peligroso. Si la literatura no es peligro no es nada. Una escritura de calidad no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber básicamente que la literatura es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida. Y aceptar esa evidencia aunque a veces nos pese más que la losa que cubre los restos de todos los escritores muertos. La literatura, como diría una folklórica andaluz, es un peligro.
Los chilenos acuden a los talleres literarios con la misma disposición mental con que algunos neoyorquinos acuden al psicoanalista. No están desesperados, pero casi. No están serenos del todo, pero casi. No son funambulistas, pero a la hora de caerse al abismo sin fondo, ese abismo que cada día parece más al latinoamericano, consiguen mantenerse en un equilibrio precario que tiene algo de profundamente miserable, pero también tiene algo heroico.

También hay que recordar que en la literatura siempre se pierde, pero que la diferencia, estriba en perder de pie, con los ojos abiertos, y no arrodillado en un rincón rezándole a San Judas Tadeo y dando diente con diente.

La literatura, supongo que ya ha quedado claro, no tiene nada que ver con premios nacionales sino más bien con una extraña lluvia de sangre, sudor, semen y lágrimas. Sobre todo con sudor y lágrimas.

Qué pérdida de tiempo la del narrador que intenta hacer pasar gato por liebre, cuando lo que un escritor de verdad debe hacer es atrapar dragones y disfrazarlos de liebres. Doy por descontado que en literatura un gato nunca es un gato, como dejó claro de una vez y para siempre Lewis Carroll.

Aparentemente, no hay salidas. Como escritores hemos llegado literalmente a un precipicio. No se ve forma de cruzar, pero hay que cruzarlo y ese es nuestro trabajo, encontrar la manera de cruzarlo. Evidentemente en este punto la tradición de los padres (y de algunos abuelos) no sirve para nada, al contrario, se convierte en un lastre. Si no queremos despeñarnos en el precipicio, hay que inventar, hay que ser audaces, cosa que tampoco garantiza nada.

Para mí la literatura no sólo es una elección estética, sino también una apuesta ética. Yo no intento conciliar a la izquierda con la derecha. Para mí la literatura traspasa el espacio de la página llena de letras y frases y se instala en el territorio del riesgo, yo diría del riesgo permanente. La literatura se instala en el territorio de las colisiones y los desastres, en aquello que Pascal llamaba, si mal no recuerdo, el paréntesis, que es la existencia de cada individuo, rodeado de nada antes del principio y después del final.

Hay una clase de personas que necesitan participar en lo que llamamos arte, pero que están negadas para cualquier acto de valor y para acceder al arte lo primero que se necesita, incluso antes que talento, es valor.

5. Todo lo que empieza como escritura termina como respetabilidad

La nueva literatura latinoamericana viene del miedo. Viene del horrible (y en cierta forma comprensible) miedo a trabajar en una oficina o vendiendo baratijas en el Paseo Ahumada. Viene del deseo de respetabilidad, qué solo encubre el miedo.

Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un atajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad, deseosa de respetabilidad. Son rubios y morenos hijos del pueblo de Madrid, son gente de clase media baja que espera terminar sus días en la clase media alta. No rechazan la respetabilidad. La buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho. Firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias. No es de extrañar que de golpe se sientan cansados. La lucha por la respetabilidad es agotadora. Pero los nuevos escritores tuvieron y algunos aún tienen (y Dios se los conserve por muchos años) padres que se agotaron y gastaron por un simple jornal de obrero y por lo tanto saben, los nuevos escritores, que hay cosas muchos más agotadoras que sonreír incesantemente y decirle sí al poder.

Para mi Lemebel es uno de los mejores escritores de chile y el mejor poeta de mi generación, aunque no escriba poesía. Lemebel es de los pocos que no buscan la respetabilidad (esa respetabilidad por la que los escritores chilenos pierden el culo) sino la libertad.
¿Quién es Gabriel García Márquez para mí? Un hombre encantado de haber conocido a tantos presidentes y arzobispos.
¿Quién es Mario Vargas Llosa para mi? lo mismo, pero más pulido.

6. Todo lo que empieza como escritura acaba como disciplina

¿Qué hace un político en la cárcel? ¿Qué hace un abogado en el hospital? Cualquier cosa, menos trabajar ¿Qué hace en cambio, un escritor en la cárcel y en el hospital? Trabaja. En ocasiones, incluso, trabaja mucho. El escritor trabaja donde esté incluso cuando duerme, algo que no ocurre con los otros oficios. Los actores, se puede aducir, siempre trabajan, pero no es lo mismo: el escritor, escribe y tiene conciencia de escribir, mientras que el actor, en una situación límite, sólo aúlla. Los policías siempre son policías, pero tampoco es lo mismo, una cosa es ser y otra trabajar. El escritor es y trabaja en cualquier situación. El político solo es. Lo mismo se puede aplicar al asesino profesional, al militar, al banquero. Las putas, tal vez, sean las que más se acercan al oficio de la literatura.

Disciplina y un cierto encanto dúctil, ésas son las claves para llegar a donde uno se proponga. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas. Y delimitar las horas de trabajo. Por las mañanas escribir, por las tardes corregir, por las noches leer y en las horas muertas ejercer el disimulo, el encanto dúctil.

Nunca necesité mucho para vivir, sólo una mesa, un ordenador y libros.

Todos mis textos me los planteo como escritos donde prima el argumento y están ceñidos con una disciplina de hierro. Porque de lo contrario no hubiera podido escribir. A mí lo único que me interesa en el momento de escribir es hacerlo con una mínima decencia, que no me avergüence al cabo de un tiempo de lo que he escrito, no lanzar palabras al vacío.

Me resulta muy fácil escribir, pero luego reviso muchísimo. Lo peor de todo es que siempre quedo con la sensación de que lo he hecho mal. Parece que es algo que les sucede a todos los escritores.
Mi última novela tiene más de mil páginas. Escribir algo tan largo, cansa. Trabajar cansa, como dijo Pavese. Y yo me canso, además, con una facilidad pasmosa. Pero este es mi trabajo y tengo que seguir.
Lo natural es leer y no escribir; el placer (y la sabiduría) están en la lectura, jamás en la escritura.

7. Todo lo que empieza como escritura acaba indefectiblemente como el misterio de la poesía.

Yo más bien era un poeta que se atemorizaba frente a la narrativa. Y lo primero que escribí fue poesía. Yo Creo que vengo de la poesía. No me parezco ni a César Aira, ni a Rey Rosas, ni a Juan Villoro, ni a Javier Marías, ni a Vila Matas -que es uno de los buenos-. Ninguno de los que he nombrado es escritor de poesía. Yo básicamente soy poeta. Empecé como poeta. Casi siempre he creído, y aún sigo creyéndolo, que escribir prosa es de un mal gusto bestial. Y lo digo en serio.

En algún sentido creo que escribir prosa es volver a las labores de mi abuelo analfabeto. Es mucho más difícil la poesía. Las escenografías que te proporciona la poesía son de una pureza y de una desolación muy grande. Cuando juntas pureza y desolación el escenario se agranda automáticamente hasta el infinito y lo lógico es que tú desaparezcas en ese escenario y, sin embargo, no desapareces. Te haces infinitamente pequeño pero no desapareces.


8. Todo lo que empieza como escritura acaba como sobrevivencia

No creo en el triunfo. Nadie, con dos dedos de frente, puede creer en eso. Creo en el tiempo. Eso es algo tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el triunfo, no, de ninguna manera. En el campo de los triunfadores uno puede encontrar a los seres más miserables de la tierra y hasta allí yo no he llegado ni me veo con estómago para llegar.

Yo participaba en todo tipo de concursos literarios para ganar dinero. Por lo tanto enviaba mis poemas y mis dos únicas novelas a cuanto concurso se ponía a tiro. Todos terminaron ganando algún premio y algunos más de dos (con títulos distintos, por cierto). Digamos que fue una actividad alimenticia. Escribí un cuento sobre este asunto, «Sensini», que aparece en «Llamadas telefónicas», en donde ponía punto final a esta etapa, que fue básicamente melancólica pero que también tuvo momentos de gran expectación que luego no he vuelto a vivir, pese a ganar algunos premios de los llamados importantes, tanto en España como en Latinoamérica


9. Todo lo que empieza como escritura acaba como enfermedad

De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más.

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